Se denomina gentrificación verde y es uno de los grandes problemas urbanos y ecológicos del momento. Infraestructuras ajardinadas –imprescindibles para afrontar las cada vez más recurrentes e intensas olas de calor derivadas de la crisis climática– que quedan al servicio del mercado inmobiliario y contribuyen a intensificar o acelerar la expulsión de las capas más vulnerables de los barrios. Así lo acreditan dos estudios complementarios que han sido publicados en las revistas Cartas de investigación ambiental y Naturaleza en los que se aborda cómo el precio de la vivienda tiende a crecer a medio y largo plazo en barrios y distritos donde aparecen nuevas zonas renaturalizadas.
Isabelle Anguelovski, directora del Barcelona Lab de Justicia Ambiental Urbana y Sostenibilidad de la Universitat Autònoma de Barcelona, es una de las autoras principales de esta investigación, además de ser una de las voces más relevantes en la materia. La experta advierte que los resultados de la investigación no significan que las infraestructuras verdes sean negativas, más bien al contrario, pues se ha demostrado que tienen enormes beneficios para la salud mental y física. El problema es, dice, de planificación urbana.
“Ahora que lo verde tiene un papel importante para la calidad de vida es cuando empieza a convertirse en un elemento de apropiación de élites y especuladores, además de quienes financian las viviendas. Es en ese sentido cuando hay que decir ‘Cuidado, ayuntamientos’, porque si planificáis nuevas zonas, se debe hacer respondiendo a principios de equidad a medio y largo plazo”, expone la investigadora.
Los resultados, a partir del análisis del mercado inmobiliario y de las condiciones sociodemográficas de 28 ciudades de Europa y Norteamérica, revelan que, al menos en 17 urbes, la planificación de zonas verdes terminó potenciando procesos de gentrificación, en parte debido a la falta de medidas de justicia social que permitieran el acceso igualitario a estos espacios. En esa lista, aparecen dos ciudades españolas, Valencia y Barcelona, que desde los años 2000 han realizado políticas de sostenibilidad urbana con diferentes consecuencias. En la capital catalana, desde 2010, las consecuencias de estas políticas se empiezan a vislumbrar ya en algunos barrios donde la arquitectura verde ha potenciado la subida de precios y expulsado a las clases más empobrecidas en Sarrià-Sant Gervasi, la Dreta del Eixample, Poble Sec, Gòtic, Barceloneta, Poblenou y la zona a su alrededor, La Sagrera y el Clot.
“En el proceso, no importa la calidad del parque o que pueda tener más o menos biodiversidad, eso no influye. De hecho, los parques pequeños, donde pueden entrar en actividades socio-comunitarias o culturales, tienen menor impacto en la gentrificación. Lo que importa es la estetización de lo verde”, explica Anguelovski, en referencia a la presencia de obras donde se introducen elementos de vanguardia arquitectónica, como arbustos o setos o simples cortes de tráfico como los vistos en las conocidas superillas (supermanzanas) de Barcelona.
La investigación constató algunas diferencias entre EEUU y Europa. En el viejo continente, los parques, junto a los corredores verdes, son los principales elementos que favorecen esa escalada de precios y expulsión de las clases más vulnerables (que terminan viviendo en barrios hacinados y mucho más grises desde el punto de vista urbanístico). En cambio, en norteamérica, los huertos urbanos tienden a tener un potencial gentrificador mucho mayor. “Esto se debe a que, en Canadá o Estados Unidos, tienen cierta estetización, son más grandes, tienen mantenimiento y están mucho más organizados, con apoyo de oenegés, lo que hace que tengan un impacto importante y contribuyan a que los promotores inmobiliarios puedan comercializar el espacio y subir el precio. En Europa, son huertos muy pequeños, duran poco en el tiempo y no están protegidos por la administración o por organizaciones”, desarrolla Anguelovski.
Democratizar lo verde
Lo que estas publicaciones revelan son prácticas generalizas en prácticamente todas las ciudades de Europa que, sin embargo, pueden corregirse. “De alguna manera, como Ayuntamiento, debe tomar conciencia de que las infraestructuras verdes tienen un valor agregado que acelera o aumenta la tasa de gentrificación. Por eso se debe trabajar de una forma transversal, teniendo en cuenta la vivienda y el desarrollo económico que puede haber. El problema es que en Europa, sobre todo en España, no se tiene conciencia de esto”, expone la investigadora de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Se refiere a la necesidad de integrar las infraestructuras verdes dentro de un plan de políticas que permitan la equidad e impidan que los parques urbanos no sean sólo accesibles para las clases medias o altas. “Se debe pensar en fórmulas como la vivienda protegida, la rehabilitación de viviendas antiguas, el impulso de bonos de vivienda para jóvenes y jubilados, control del alquiler…”, enumera, para agregar a la lista la necesidad de homogeneizar y universalizar por toda la ciudad este tipo de espacios: pequeños parques, peatonalización de calles, tejados verdes o la promoción pública de la agricultura urbana en zonas infrautilizadas.