Cabo Coral (Estados Unidos) (AFP) – Kenneth Lowe no tiene ninguna intención de mudarse, y el hecho de tener que vaciar su casa inundada tras el paso del huracán Ian la semana pasada no lo hará cambiar de opinión.
“El suroeste de Florida es mi paraíso en la Tierra, y en el suroeste de Florida hay huracanes. Hay que vivir con ello”, dice este joven de 28 años en el jardín de su vivienda, donde ha amontonado muebles destrozados por las inundaciones.
“Estoy dispuesto a vivir con ello, es mi lugar favorito, merece la pena”, añade.
Pese a las advertencias de los expertos sobre un mayor riesgo de huracanes violentos e inundaciones por culpa del cambio climático, las costas del sureste de Estados Unidos atraen a cada vez más habitantes.
Una paradoja especialmente llamativa en Cabo Coral, la ciudad donde vive Kenneth Lowe.
Entre 2010 y 2020, su población aumentó en 40.000 personas hasta casi 200.000 habitantes, según el censo estadounidense.
Esa localidad, fundada en 1958 en la península de Redfish Point, es una ciudad planificada para vender el sueño floridano.
Su trazado urbano incluye decenas de cuadras rectangulares rodeados de canales navegables con acceso al río Caloosahatchee, que desemboca en el cercano golfo de México. El resultado es que muchos habitantes pueden tener una vivienda con vistas al agua e incluso un pequeño barco.
Antes de la construcción de esta ciudad, la zona estaba llena de pantanos y humedales que hubo que drenar. También se destruyeron manglares y corales. Un enorme cambio que creó un lugar muy vulnerable antes de las inundaciones, como se pudo comprobar con Ian.
En las calles de Cabo Coral, decenas de habitantes apilan ahora sus pertenencias delante de sus casas: camas, armarios o frigoríficos inservibles tras el temporal.
“Vamos a reconstruir esto y, con suerte, pasarán otros 100 años antes de la próxima gran tormenta”, dice Tamara Lang, que se mudó a Cabo Coral desde Chicago hace apenas unos meses.
“Nos encanta este lugar. Es nuestro refugio feliz”, agrega esta mujer de 56 años.
crecimiento rapido
Para el sociólogo y demógrafo Mathew Hauer, que estudia los efectos del cambio climático en las migraciones, la población no está suficientemente informada sobre los riesgos de la vida en las costas.
“Creo que si la gente entendiera realmente el riesgo de inundaciones en las viviendas, veríamos cambios en dónde compra sus casas y dónde elige vivir”, considera este profesor asistente de la Universidad Estatal de Florida.
Gavin Smith, profesor de planificación medioambiental, destaca otro problema: los mapas de zonas inundables diseñados por la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) están “desactualizados”.
Y esa información, que “debería requerir como un estándar mínimo, se utiliza a menudo para regular dónde y cómo desarrollar” una ciudad, explica.
Según el censo de Estados Unidos, los condados costeros de Carolina del Norte y del Sur, así como los de Georgia, son los lugares donde más ha crecido la población en los últimos años.
Florida también experimenta esa ola migratoria: el estado tenía 2,7 millones de habitantes más en 2020 que en 2010.
“El sureste de Estados Unidos sigue creciendo muy rápidamente”, dice Hauer. “Y no veo ninguna señal de que esa tendencia de migración hacia el sur vaya a invertirse”.
Una realidad problematica para el futuro. Según un estudio de la revista Nature Climate Change, si el nivel del mar sube 0,9 metros de aquí a finales de siglo, unos 4,5 millones de personas tendrán que viajar en Estados Unidos, un cuarto de ellas en Florida.
– Paradoja de inmovilidad –
Florida, conocido como el “estado soleado”, atrae a numerosos jubilados con su buen clima; y sus costas, además de ser bonitas, generan grandes ingresos económicos a través del turismo o de la pesca.
Para quienes se instalaron aquí, es difícil pensar en marcharse.
Una mayoría de estadounidenses (67%) afirman que prefieren reconstruir sus casas antes que mudarse tras una catástrofe natural, según un sondeo de 2021.
Es la llamada “paradoja de inmovilidad”, explica Hauer.
Los motivos son en parte psicológicos, pues huir puede percibirse como una renuncia, y también económicos y sociales –no alejarse de sus allegados–.
Para Smith, a esto se suma el hecho de que “minimizar los verdaderos riesgos que afrontamos” es “un rasgo humano universal”.
Irene Giordano, que se mudó a Cabo Coral desde Virginia en 2019, no piensa abandonar la ciudad porque no tiene adónde ir.
El agua inundó su casa hasta medio metro durante el impacto de Ian. “Todo el mundo dice que esto pasa una vez cada 100 años”, dice esta mujer de 56. “Así que rezo para que sea la última vez de mi vida”.
© 2022 AFP