Primera economía regional. Fruto indeseado. Contrabandistas. Marihuana. marihuana. hierbas. Diomedes. Algodón. Woodstock. Porros. Santa Marta Dorada. Ilegalizada. Rupturas. Continuidades. Mitología. Semicachacos, semipaisas que se adaptan a nuevos desafíos. Milagro. Velero.
En su primera monografía académica en español, la periodista e historiadora de la Universidad de Nueva York Lina Britto se plantea una pregunta: ¿cómo fue posible que un país que nunca había jugado un papel protagónico en el negocio del tráfico ilícito de drogas en el continente se tomara en cuestión de unos años el mercado más grande de la historia hasta entonces?
La respuesta es una historia con demasiadas capas. conexiones. Viajes. Pesquisas. Ella aclara: “Esta región (lo que se conoció como el Gran Magdalena) estaba acostumbrada a producir mercancías sin valor agregado (banano, café, algodón) para la exportación hacia los Estados Unidos antes de la marihuana”. Sabe de qué habla. Cuando escribe, convierte al cannabis en un tema central pero también lo experimenta: “Si hoy viajas a alguna feria canábica, de las tantas que se hacen en Colombia, es posible encontrar semillas de la Santa Marta Golden en cajitas adornadas”, es una anécdota de tantas que registran su libro, El boom de la marihuana (2022), cuya portada está ilustrada con una bella y frondosa mata que abre las puertas de la percepcion.
En los años 80 se publicó un libro con un título inspirado en un personaje de Conversación en la catedral, una novela de Mario Vargas Llosa. Su título era ¿En qué momento se jodió Medellín? La respuesta se da de acuerdo con lo que se está pensando en ese momento. Uno puede pensar que la ciudad se jodió cuando aparecieron los contrabandistas. También, que se jodió cuando cientos de personas llegaron a la ciudad huyendo de la violencia liberal y conservadora en los campos antioqueños. O que se jodio cuando mataron a Andrés Escobar. O con la carrobomba que estalló al frente de la mansión de Pablo Escobar. Y no, la cosa no es una parteaguas sino más bien una continuidad. Esta es, pues, la conversación que Lina Britto quiere generar con un argumento provocativo: son más las continuidades que las rupturas.
Las drogas no fueron una bomba atómica (como las llamaron fanfarronamente Carlos Lehder sentado en su poltrona en la Posada Alemana) que cayó del cielo paisa y erosionó los cimientos del viejo hombre antioqueño. Y de su familia. No fue una escisión ni una invasión, sino una continuidad. Algo va de los contrabandistas de inicios del siglo XX que utilizaron la ruta del Golfo de Urabá y los primeros señores de la marihuana que deciden sacar la hierba en bultos de café de contrabando hasta mediaciones de las aguas internacionales gringas del Caribe, a pocas millas de Miami.
Con el renovado interés por la bonanza marimbera por parte de artistas, escritores y periodistas con mucho tiempo libre, Lina Britto decidió hacer su aporte. Un aporte revestido de análisis, interpretaciones y renovaciones. Quitarle un poco de exotismo al tema, como dice ella.
De este modo, Britto forma parte de una generación de investigadores, curadores y comunicadores del nuevo milenio que decidir destejer los hilos del narcotráfico, una hidra silenciosa pero incontenible. Allí están las investigaciones de Santiago Rueda con un tono de mamadera de gallo que le quita un poco de solemnidad al tema, el libro de Alfonso Buitrago sobre el fotógrafo personal de Escobar que está en producción, el documental Lombana sonriente de Daniela Abad o la exposición que hizo hace un año largo en la Universidad de Los Andes con un título que resume bien una apuesta política y curatorial: NarColombia.
La historia de las drogas es mucho más que eso. Más que historia, me refiere. Y de no haber sido tan extensa y enrevesada, me atrevería a decir que se adquirió justo de lo contrario, de libretos del pasado que se escriben sin perder un ápice de actualidad. Con sus correspondientes, y absolutamente inevitables, puentes interdisciplinarios. Lina Britto se describe como una investigadora que entreteje los hilos de tres saberes y oficios: la historia, la antropología y el periodismo. Y es, justamente, en la mezcla de estos caminos en los que ella se siente más cómoda. Viajó hasta las regiones donde los campesinos (muchos de ellos, del interior) decidirían sembrar y empacar la marihuana que salía en lotes de mulas hasta las estribaciones de La Guajira, y desde allí, era llevada al corazón de la nación estadounidense que se escindía en un corte horizontal (otra ruptura, de las tantas que ha vivido la nación): la contracultura hippie que le cantaba al amor y la paz o que debatía ferozmente en los campus universitarios sobre la invasión a Vietnam (ambos, el mercado de consumo ideal para los gánsteres gringos) y el gobierno de LBJ (Lyndon B Johnson) empeñado en continuar la lucha.
La nación vivía entre dos mundos. Cuando los últimos contingentes gringos salieron de la península de Vietnam a mediados de los 70 y cientos de soldados y veteranos se quedaron sin nada qué hacer, la áspera, dulzona y aromática marihuana que provenía de los campos de la sabana caribeña colombiana había desplazado en el corazón del mercado a su competencia, las hierbas mexicanas, jamaiquina y tailandesa. Y a pesar de su éxito, los colombianos nunca se encargaron de llevar la mercancía hasta el territorio estadounidense sino hasta las periferias de la Costa Este. Una lección que los mágicos de la cocaína aprenderían muy bien. Pues fueron los turistas gringos los primeros en sacar la mercancía en sus maletas de viaje. Luego llegaron en veleros, viajeros de las aguas caribeñas que llevaban una vida de piratas. Más tarde en grupos de lanchas. Al final, cuando el mercado creció tanto, los veteranos alquilaron aeronaves de la Segunda Guerra o de Vietnam para transportar toneladas de hierba desde pistas clandestinas. Fue justamente, en aquellos años, cuando el periódico el tiempo comenzo a amplificar desde sus paginas las vendettas y las parrandas legendarias que se organizaban en las haciendas sabaneras al calor del whisky, los cantantes de moda como Diomedes Díaz o Rafael Orozco, y decenas de pequeños campesinos que habían encontrado en la hierba una primera oportunidad de prosperidad e independencia. Una de las portadas de entonces titulada: “¡Encontraron otro mar de marihuana!”.
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