Las condiciones de vida de los españoles han cambiado (para bien) en las últimas décadas por el incremento de la esperanza de vida, que en nuestro país se sitúa en los 82,4 años, según datos del INE. Si sumamos a este factor al descenso de la tasa de natalidad (1,19 hijos por mujer) y al paulatino incremento del gasto en pensiones para los profesionales de la generación baby boom que se empiezan a jubilar ahora, que cada vez son más y están mejor calificados, nos encontramos ante un escenario de tormenta perfecta que pone en vilo la sostenibilidad del sistema público de pensiones, en lo referente a la cantidad que recibirán los trabajadores de ahora cuando se jubilen en las próximas décadas. No hace falta más que ver el descenso paulatino de la tasa de sustitución, que mide el porcentaje de la pensión pública con respecto al último salario, desde el 72,3% en 2019, hasta alcanzar cotas del 50% en 2050, según estimaciones realizadas por la Comisión Europea y la OCDE.
En este escenario, es responsabilidad por todos los actores de la industria financiera y por la clase de conciencia política compartida sobre la importancia del ahorro para la jubilación como única forma de complementar la pensión pública y, en definitiva, de asegurar que man tendremos nuestro poder adquisitivo cuando nos retiramos, teniendo en cuenta que vivimos más y lo hacemos con mejores condiciones. Pero estas circunstancias implican también aplicar un nuevo modelo de ahorro y entender que pensar a muy largo plazo es una necesidad. Ahí nos encontramos con la necesidad de apostar por la planificación financiera, que requiere empezar a ahorrar a través de aportaciones periódicas, aunque sean reducidas, cuanto antes, lo que exige un esfuerzo menor y, lo que es más importante, abre la puerta a aprovechar las ventajas del interés compuesto, por el que se van sumando al capital inicial y sobre el que se van descubriendo nuevos intereses.
Podemos diferenciar cuatro grandes retos que debemos abordar y sobre los que hay que incidir cuando pensamos en disfrutar de nuestra jubilación. El primero de ellos tiene su origen cuando abordamos el reto del ahorro para la jubilación. Tendemos a focalizarnos en el ahorro individual, pero, en los últimos años, por fin está comenzando a tomar relevancia la figura de los planes de pensiones de empleo, productos mucho más desarrollados en algunos países de nuestro entorno, a través de los que las empresas ayude a sus empleados a ahorrar para la etapa de retiro laboral. El segundo pilar de la previsión social supone un magnífico complemento a la pensión pública y al ahorro individual y privado para lograr un objetivo de ahorro en el largo plazo y de cara a la jubilación. De ahí que el primer reto pase por trabajar desde todos los flancos y paliar ese déficit de información que existe en el ámbito de la pequeña y mediana empresa, que desconoce las características y ventajas de este tipo de productos, así como las vías para su contratación , aprovechando el impulso de la nueva ley de fondos públicos de pensiones, que echará a andar en los próximos meses y que pretende popularizar estos planes colectivos de ahorro, que hasta ahora estaban acotados a las grandes compañías, al resto de empresas ya pymes y autónomos .
El segundo reto tiene que ver con la necesidad de mejorar la información como vía para facilitar una planificación óptima en el largo plazo que colme nuestros objetivos financieros en cada momento. En España seguimos esperando recibir el famoso documento para que los mayores de 50 años cuenten con información detallada sobre su pensión estimada y que ahora mismo se limite a informar sobre la vida laboral de cada trabajador y sus bases de cotización. En esa línea, el tercero de los pasar desafíosía por hacer entender al ahorrador que no existe el producto financiero que asegure rentabilidad sin riesgo, ni una estrategia ideal para ahorrar para la jubilación, sino que depende del perfil de riesgo, horizonte temporal y características personales de cada uno.
En consecuencia, y como último reto, que cualquier ahorrador sepa que existen multitud de productos financieros para este fin, más allá de los vehículos creados de forma específica, como los planes de pensiones, los PPA y los PIAS. Hay alternativas no tan finalistas para elaborar la cartera de inversión de un partícipe, como son los seguros de ahorro, una fórmula de ahorro periódico con una rentabilidad reducida, pero garantizada, o los propios fondos de inversión, cuya diversificación, gestión profesional, ventajas fiscales y amplia oferta los personalizados en uno de los productos estrella para ahorrar en el largo plazo. Y para completar la oferta a particulares, hay otras modalidades cada vez más populares, como los vehículos de ahorro por consumo, que incluyen medidas destinadas a fomentar el ahorro directo relacionándolo con las compras, o como el de la hipoteca inversa.
Una buena forma de afrontar con éxito esos y desafíos gestionar el aluvión de información disponible para cualquier ahorrador es apostar por el asesoramiento profesional, para trazar una estrategia de inversión y ahorro en el largo plazo que nos permita obtener los mejores resultados, en base a unos objetivos predeterminados y bien definidos. Asumiendo además que nos encontramos en un complejo entorno de mercado, donde durante años ha sido necesario asumir riesgos para obtener rentabilidades, y más con los actuales niveles de inflación.
Sabemos que hay que ahorrar para la jubilación y que disponemos de las herramientas adecuadas, solo falta un impulso desde la industria y desde la Administración pública para terminar de empujar al ahorrador a tomar las riendas de sus finanzas, para sacar el máximo partido a los tres pilares del ahorro y la previsión social, para lograr todos los objetivos financieros, incluido el mantenimiento de su poder adquisitivo cuando se jubile.
Juan José Cotorruelo es Director de Vida y Pensiones de Caser